sábado, 23 de agosto de 2008

Propuesta para un impreso

1_Concepto:

Por razones curatoriales, la museografía no contará ni con un título de sala ni con las fichas técnicas de las imágenes exhibidas. Es en el impreso donde todos estos datos técnicos, informativos y protocolares de la grafía de sala serán "oblicuamente" expuestos. Por eso la publicación debe funcionar a la vez como un dispositivo museográfico y como un registro de la museografía y del proyecto curatorial.

Esto implica varias cosas: la distribución será gratuita y se hará directamente en sala mediante una herramienta gráfica y museográfica. El tiraje debe ser masivo para que, durante cinco o seis meses, los espectadores se encuentren diariamente con ejemplares disponibles. Se trata, desde luego, de una publicación sencilla, muy económica, y que genere homogeneidad entre sus características gráficas y el lenguaje visual de la sala.

El contenido del impreso será un desarrollo y una extensión de los problemas estéticos planteados en el espacio de la biblioteca… será una manera de develar las costuras museográficas y curatoriales. Por ello el corpus expositivo, tanto desde una perspectiva gráfica como interpretativa y textual, tendrá un lugar protagónico a la hora de configurar el lenguaje de la publicación.

Debido a la naturaleza del proyecto curatorial, el tema central de la publicación (como el de la museografía) será el problema del cuerpo de la escritura, su iconocidad… problema este que se visibiliza en el tránsito entre el signo lingüístico y el signo como señal, como gravitación… el tránsito entre el signo funcional y el signo como pura sucesión de significantes.

2_Sumario:

Contenido 1: Título del proyecto curatorial y elementos gráficos que contextualicen la publicación de cara a la experiencia museográfica. Alusión al bolg del proyecto.

Contenido 2: Relato museográfico. Texto de aproximadamente dos cuartillas y plano de sala con la distribución (¿y las autorías?) de las imágenes.

Contenido 3: primer texto a cargo de María Elisa Deibis (aproximadamente seis cuartillas), intervenciones gráficas e imágenes complementarias.

Contenido 4: segundo texto a cargo de Valenthina Fuentes (aproximadamente seis cuartillas), intervenciones gráficas e imágenes complementarias.

Contenido 5: tercer texto a cargo de Petraelena Sánchez (aproximadamente seis cuartillas), intervenciones gráficas e imágenes complementarias.

Contenido 6: Créditos.

3_Características técnicas:

Formato: pliego tipo afiche.

Dúo tono, tiro y retiro.

Papel bond.

Tiraje de aproximadamente 5.000 ejemplares .

Presupuestos museográficos

Una exposición desvela, no revela. Desvelar es positivista, en el peor sentido de la palabra. Si se supone que en el montaje de las obras hemos de invocar algún instante de revelación, no podemos exponer. De hecho, revelar implica ponerle más velos a Isis para transmitir su esencia. Si desentrañamos a la entraña no la padeceremos, seremos unos forenses o unos cirujanos. La obra de arte entraña, ergo: si le sacamos ese hígado a Prometeo, empleando nuestra causalidad museística, lo mantendremos velado, misterioso, pues sólo así contendrá el fuego y la cadena. Es fácil decirlo pero, ¿cómo hacerlo? He aquí algunas claves posibles que dilucidamos tras un primer acercamiento a nuestros presupuestos museográficos:

1_Prescindamos de la ficha técnica y, si no podemos hacerlo, integrémosla al espacio con delicadeza. Que esté camuflada para que, incluso ella, sorprenda. Una buena solución sería intervenir alguno de los ficheros de la biblioteca.

2_ Estructuremos un montaje en el que las piezas se desplieguen durante el recorrido del visitante, de manera imprevista pero acogedora. Para ello sugerimos un montaje que se concentre tanto en los puntos de mayor impacto visual de la biblioteca como en sus recovecos olvidados. En esos recovecos, se colocarán piezas que actúen como “pistas” (huellas) que inviten al espectador a fisgonear, que se sienta a sus anchas para explorar el espacio de la biblioteca y de las imágenes visuales. Lo que hemos de invocar, primero, es su curiosidad (la curiosidad es inseparable del misterio).

3_Recurramos a medios más dinámicos como los videos o las proyecciones.

4_ Los textos curatoriales, rotulados sobre los elementos de uso común de la biblioteca (mesas), emularán la diagramación de los libros. Esto nos permitirá hacer más claro nuestro planteamiento aparte de crear un metadiscurso. Los metadiscursos son laberínticos y lúdicos. El montaje mismo ha de ser un metadiscurso de nuestro discurso curatorial. La biblioteca será un espacio-página y nuestro corpus plástico será una sucesión de páginas hechas de espacio.

No debemos olvidar que hay elementos particulares del espacio de la biblioteca que debemos considerar con mayor sutileza; razón por la que hemos de realizar un breve repaso respecto a estos elementos:

La biblioteca del Museo de Arte Contemporáneo es un lugar en el cual están guardadas y registradas (ordenada alfabéticamente) publicaciones, catálogos de diversas exposiciones, trabajos artísticos: libros, materiales de investigación, herramientas biblio-hemerográficas, etc. En este sentido, podríamos considerar nuestra biblioteca como una especie de meta-museo (o museo dentro del museo capaz de contener al museo) que documenta los contenidos no limitados al MAC sino que acoge publicaciones de otros museos. Así que, insistimos, no se trata de una sala expositiva ni de una biblioteca común, es en verdad un meta museo, visitado diariamente por usuarios interesados en la investigación, poco centrados en la intención o predisposición del que va apreciar una propuesta expositiva.

Este hecho le imprime un carácter muy interesante a nuestro trabajo, pues le convierte en un reto a la atención y a la reflexión del público bibliófilo. Y es que nuestra intención es “desalfabetizar” la palabra y la letra (entendidas en el sentido moderno), desnudarlas, revertir su uso común para ver si así la imagen confluye en ellas y ellas en la imagen.

Queremos imaginar al espacio de la biblioteca como morada de imágenes, de signos, evocando, a través de las obras seleccionadas y de la atmósfera creada en torno a ellas, el cuerpo de la letra y de la obra, el espacio del potens lezamiano y de la ambigua confluencia del signo-imagen.

También se trata de liberar a la obra del su carácter documental, del “esfuerzo taxonómico realizado por los conservadores, curadores y museo para protegerla de malos entendidos, ofreciendo al espectador el mejor documento para una lectura competente del mensaje artístico”, en palabras de Félix Suazo. Esto significa devolverle a las obras su intimidad, su posibilidad de transmutarse… significa devolverle a la imagen lo que tiene de logos (signo) y al logos lo que tiene de imagen, de figura metafórica. Se trata de liberar el excedente semántico ingobernable, para darle espacio al minúsculo territorio de la polisemia.

Dice Suazo en su texto El museo contra la polisemia:

Toda obra plástica es una suerte de cámara especular que, una vez dentro del museo, se pliega, ocultando sus connotaciones más profundas, mostrando apenas aquellas caras que curadores y museógrafos dejan ver.

Nos preguntaremos entonces, ¿cómo revelar a la obra plástica?, ¿cómo liberarla de las significaciones formales del museo? ¿Cómo desplegarla? ¿Cómo extenderla? ¿Qué significa desplegar una obra de arte? ¿Qué implicaría esta acción? Acaso analfabetizar, desplegar, liberar… Desplegar la obra plástica para liberar el potens de la imagen y plegar el lenguaje para concentrar el potens de la letra, del signo… esto sólo puede experimentarse desde la vivencia, contacto directo entre el espacio, su gramática y los lectores (huéspedes) de la Escritura de lo visible.

En resumen, y partiendo de estas reflexiones, podemos concretar nuestra proyección museográfica siguiendo algunas señales:

1_La escritura de lo visible, en tanto propuesta expositiva, será en sí misma como un espacio-imagen, como una extensión de la palabra en la figura, en la forma, en el dibujo, en la imagen plástica. Hemos pensado en la sala como espacio-libro, como sucesión de páginas que se despliegan ante nosotros para mostrarnos imágenes intervenidas por la palabra y palabras tocadas por la imagen.

2_ Aprovecharemos las características específicas del espacio de la biblioteca (el hecho, por ejemplo, de no ser un cubo blanco) para convertirlo en un ambiente transmutativo en el cual se respire, se sienta, se mire y se intuya el poder del signo-imagen. Para ello debemos definir algunos lineamientos contextuales que pongan en diálogo a la imagen-palabra con el espacio-libro. Obras, textos de sala, publicación y espacio serían extensiones de un mismo ambiente.

3_ Podríamos utilizar las esquinas del espacio como puntos expansivos, es decir, colocar en estos lugares curiosas imágenes que capten la atención de quien recorra este ambiente, invitándolo a indagar, a buscar relaciones, sentidos, y no a definir ni a cultivar su erudición. De igual manera, nos hemos planteado la posibilidad de utilizar los “signos” que encontramos en la biblioteca, por ejemplo: las mesas podrían convertirse en módulos adecuados para una exhibición particular y sumamente cuidadosa de las obras.

4_El recorrido de la sala no estará determinado por un orden lineal sino expansivo. En todo caso, se darán ciertas pistas a los usuarios de la biblioteca (espectadores-huéspedes-lectores-mirones) invitándolos a curiosear en las imágenes. Y esperemos que, intrigados, accederán al sentido del relato curatorial.

5_ Pensamos en tomar, cuidadosamente, citas de algunos textos que hemos leído para integrarlas al ambiente, generando así un clima contextualizador, una especie de murmullo que, con ligereza, evoque el sentido del relato curatorial. Por ejemplo: una página impresa (con transfer) en un “rinconcito” poco concurrido de la sala.

6_ Disolveremos (o postergaremos) la presencia de las autorías de las obras y de las citas en sala. Esta idea surge de la intención de mostrar las imágenes y las palabras como apariciones que surgen para revelarse a sí mismas. Por esto consideramos que si prescindimos de la ficha técnica y de los elementos expositivos formales podríamos generar este efecto de aparición de la imagen, evitando así la noción de “exposición”. Este detalle intentará ser un guiño al espectador.

7_También intervendremos algunas obras, instalándolas en puntos claves de la biblioteca que sirvan como momentos de íntima comunión entre la imagen y la palabra (ver el guión curatorial).

Si bien estas señales que hemos enumerado son las guías de la proyección espacial de La escritura de lo visible, han de aclararse los motivos y consecuencias de cierta decisión que condiciona tajantemente la forma final de nuestro relato: la voluntad de no trabajar con obras originales.

Una de las razones más determinantes que nos llevó a tomar esta decisión, hay que reconocerlo, fue la recomendación de la especialista en papel de la Unidad de Conservación del MBA. Tras hacer las mediciones pertinentes en el recinto de la biblioteca, levantó un informe según el cual –pese a que el espacio, en lo que se refiere a humedad e iluminación, era fácilmente adaptable a la recepción de las obras– nos sugería no emplear originales debido a cierta deficiencia de seguridad en el área, difícil de compensar o de solucionar. Antes, habíamos considerado el empleo de reproducciones, pero esta sugerencia de la conservadora de papel nos hizo asumir definitivamente a la reproducción como tema.

Ahora, ¿qué implica y qué acarreará dicha decisión? Por un lado, reafirma nuestra intención de disolver ciertos protocolos museísticos –como su fetichismo por la obra única– y flexibiliza nuestras libertades en el montaje. Recordemos que una parte considerable de nuestro corpus plástico consistía en estampas y grabados, manifestaciones de la plástica cuya cualidad de “originales” es relativa. Justamente en estas formas artesanales e industriales de las artes plásticas es donde más podemos valorar su estrecha relación con la literatura impresa, donde se manifiesta ese margen entre obra única y pieza de reproducción masiva, entre bello libro y edición de bolsillo. Todas las manifestaciones que pasan por la imprenta –o por procesos de impresión– se someten a sus huellas más físicas, que en el grabado en seco se evidencian como un espejo convexo de su matriz. Es irrefutable la corporeidad que se genera desde la intimidad entre papel e imprenta y, sin embargo, a veces es desdeñada por sus fines industriales. De hecho, en algún momento cierta hiper-especialización de los oficios, sumada a afanes masificadores, desligaron al texto de algunas de sus cualidades plásticas y a la plástica de su parentesco con los significantes del texto (deslinde que nosotros hemos querido problematirzar y, en cierto sentido, disolver).

Walter Benjamin nos habla de un aura en las obras originales que se anula en las reproducciones de las mismas. No dudamos que los originales posean cierta aura pero, ¿qué nos quedaría si en esta época de los medios de masa negáramos toda posible aura o alma en lo reproducido y hasta en el hecho de reproducir? Nosotros, en cambio, pensamos –a pesar de Benjamin– que las reproducciones poseen otra aura. Si bien distinta a la del original (a la de la historia del arte), es un aura cuyo valor se le equipara. Malraux diserta sobre el museo que, gracias al fotograbado y la fotografía, ha surgido en nuestros imaginarios. Museos fantásticos que crean artes ficticias y que responden a las contradicciones y mutilaciones de lo colectado por el “museo verdadero” a través de esta ficción surgida de la reproducción masiva (fotográfica). Es un museo (del que habla Malraux) que incluso termina condicionando nuestras lecturas de los originales. Un aura distinta a la del original y, sin embargo, determinante. Por tanto, ¿por qué no jugar con la reproducción de la reproducción? Además, si nuestro relato espacial debe constituirse como meta-relato del libro, es coherente que se recurra a la reproducción que es lo que hace a los libros. Y tal vez para compensar que, debido a motivos económicos, no podremos reproducir la corporeidad artesanal de los originales, deberíamos realzar las características del medio reproductivo que emplearemos. Es decir, no disimularemos la reproducción, y en esa marca del medio empleado residirá la particular corporeidad de las imágenes[1]. Impulsaremos al cuerpo de las obras a volcarse en el espacio de la biblioteca, a fundirse con él, y así la biblioteca misma se tornará en soporte de lo impreso, en página.



[1] Esto se puede lograr modificando el tamaño de los formatos y haciendo evidente en las reproducciones las variaciones de la escala.

Relato curatorial

Una biblioteca nos traslada inmediatamente al espacio de la palabra, por lo tanto, al ámbito de la letra y de la escritura. Y al hablar de la palabra y de lo que ella sugiere hablamos también de su imagen, pues todo signo tiene una materialidad, un espacio, una corporeidad; hacia esa corporeidad queremos apuntar, pues nuestro relato se construye con imágenes que dialogan con la plasticidad de la letra y de la escritura.

Y la escritura es materialidad, se dirige a los sentidos, a lo sensible en nosotros. Pero esa sensorialidad y esa sensualidad es ritmo, es visión y volumen que, al mismo tiempo que dice algo, también sugiere lo que no puede decirse. Estamos en el ámbito de la imago, de la visualidad, de lo corporal y de lo que hay de esto en la escritura. Pretendemos generar una experiencia con la imagen, pero con la imagen de lo que contiene una biblioteca: letras, palabras, libros, textos (es más, ¿no es también texto nuestro discurso curatorial, o incluso cualquier pretensión de orden en el espacio?) Nuestra propuesta se inicia con estas intuiciones, pero también con los registros de algunas experiencias editoriales y museográficas que nos precedieron.

De esta manera nuestro relato comienza en el estante o vitrina de la entrada de la biblioteca; en ese pequeño mostrador intocable estaría lo que nos queda de la propuesta Cal, las publicaciones de Escritura. Territorio de las artes, de El bello libro y los vestigios de TIPEX’ 07 (puro texto, puro discurso). Estarían allí también otras publicaciones que versen sobre el problema de la letra y de la escritura en el espacio, es decir, de la escritura como imagen (imagen por lo que tiene de reproducible) y también de la pregunta por la relación entre palabras, letras e imágenes. Esta entrada se convierte entonces en un presentimiento de nuestra experiencia. Pero es un presentimiento hecho de vestigios, de registros publicados que quedan un poco nebulosos, un tanto ajenos a nuestro presente, percibidos sólo como intuición y lejanía.

Casi de inmediato, en la columna del fondo (si miramos desde la entrada, luego de haber pasado la recepción) nos encontramos con una primera imagen de la escritura:


Aquí no es posible perderse, la imagen nos invita a leer… a leer y no a entender, por tanto, a ver la escritura, a percibirla como ritmo, como corporeidad y como devenir. El garabato se posa sobre las líneas y abarca todo el espacio. El garabato y todavía no la letra, como si éste fuera su antecesor. La obra está repleta de líneas. Entonces la escritura se convierte en un intento de escritura, como si algo que es urgente decir no pudiera decirse todavía y continuamente se estuviera intentando, una y otra vez, hasta perderse.

La escritura se percibe difícil, problemática, no consiste tan sólo en comunicar, en decir algo, sino también en lo que ella oculta, en lo que es impronunciable. El texto se hace textura, se hace tejido, trama, y si nos acercamos un poco puede que encontremos una nueva imagen:



Se trata igualmente de una continuidad de signos opacos por incomprensibles, líneas que se traman entre líneas y que nos muestra más de cerca esa ondulación que tanto se nos parece a la abundancia y al orden de las letras.

En esta pieza la lectura es igualmente problemática, angustiosa. Su dificultad reside su el enmarañamiento, en la superposición e incluso en que ese enmarañamiento de la línea o de las líneas se suscriba a un espacio aún más limitado que en la imagen anterior. Esta vez el garabato se encuentra con el cerco de dos líneas entre las que se suscribe, creando una mayor sensación de estrechez y de dificultad. En este caso vemos cómo se puede establecer también el vínculo formal con el espacio en el que se realizan los ejercicios rigurosos de la caligrafía. Pero además estas líneas parecen hablarnos de la ingenuidad de ese rigor, pues están hechas a pulso, bajo cierta espontaneidad, bajo cierta falta de dominio, más bien como intento de rigor que como rigor –el rigor estaría en la ingenuidad de su intento. La escritura aquí es necesidad de decir algo, aunque ello no pueda decirse… entonces la escritura es de nuevo un intento por decir, un decir que está lleno de límites, que está cercado y que no deja de partir de la ingenuidad, o más bien de la autenticidad del impulso de querer decir.

Esta pieza guarda una estrecha relación con la primera imagen, son muy similares formalmente y ambas están realizadas por el mismo autor. De manera que también en el espacio de la biblioteca deben tener proximidad.

Muy cerca de estas imágenes se ubica este alfabeto que otra vez nos remite a la visualidad del texto:


La palidez de esta página nos muestra de nuevo a una escritura previa a la escritura porque contiene ya su germen, su imagen, de donde manan también ciertas letras o insinuaciones de letras que resaltan ante nosotros como apariciones. Se trata de una escritura vista de lejos (tal como ocurre con las obras de Calzadilla) como si la viéramos sin querer entender lo que contiene (precisamente porque el significado se nos niega, porque es puro significante); y lo que contiene es justamente la forma y el orden de la escritura, que además podemos identificar en la presencia incipiente del alfabeto.

En este caso la lectura se hace en apariencia menos problemática; observamos la continuidad de unas líneas (más o menos rectas) trazadas a pulso y en las que podemos ver, ya no el garabato, sino la letra o una pretensión clara de ella. Esta imagen es mucho más limpia. En ella hay más espacio. Lo que identificamos como escritura termina antes que la página. No parece referirse a la ansiedad que previamente veíamos en las primeras imágenes, sino que quisiera llevarnos al momento en el que la letra se hizo cuerpo y se levantó de la línea.

El vínculo con las piezas anteriores es evidente, pasa también por la forma, por lo que ésta nos sugiere. Se trata de una escritura hecha en una página en la que sólo interesa la aparición de la letra, del alfabeto, en la que sólo interesa su propia imagen. En este sentido, la obra debe estar próxima a las otras dos, y podría ubicarse en una mesa cercana a aquellas.

Estas tres piezas crean el ámbito de la escritura (sus límites, lo que la enmarca y le da sentido), su relación con lo que oculta, su dificultad… una dificultad que parece disminuir con la aparición de la letra, del alfabeto. Pero si luego acercamos las siguientes imágenes de Margot Römer, aparece una extensión de la imagen de la escritura, una metáfora perfecta:




La primera de estas imágenes se ubica en la pared falsa que está en la sala de lectura, frente al área de archivos. Aquí se muestra de nuevo el ocultamiento, la idea del velo que está sobre lo escrito; detrás de ese velo se halla la palabra, la letra, como si estuviera oculta y se buscara su presencia –una presencia que resulta análoga a lo que se hace visible y a la capacidad de mirar.

Lo mismo ocurre con un texto de Julio Cortázar que pretendemos colocar encima de una de estas piezas, logrando una sutil yuxtaposición. El vínculo entre el texto y la imagen es directo, por ello el texto no podría situarse a un lado de la pieza sino leerse de manera simultánea, paralelamente, no como complemento sino casi como parte de ella. Dice Cortázar:

Escribir, para mí, es hacer el esfuerzo de soñar, una tentativa de romper barreras y sucede que a veces, escribiendo, algunas ventanas se abren… es como si en una pared totalmente cubierta me abrieran de pronto una ventana instantánea, un ojo que parpadeara y que vuelve a cerrarse: veo la ventana, la veo durante una mínima fracción de tiempo pero no alcanzo a distinguir lo que esa ventana descubre más allá; en el mismo momento en que se me revela la ventana, el instante privilegiado cesa, el ojo se cierra, la superficie de ladrillos recobra su negativa, todo recae en la normalidad hasta el próximo aletazo, días o semanas después, siempre precario y siempre decepcionante.

Y de pronto, la “palabra dicha” (hecha texto y lenguaje) dialoga ambiguamente con la “palabra dibujada” (hecha visualidad). ¿Cómo sería esto? ¿Cómo se vería?

Hagamos el experimento:

¿Lo vemos? ¿Qué nos ha quedado sino la experiencia del eslabón que desdibuja las fronteras entre el texto y la imagen visual?

Esta coincidencia entre la obra de Römer y las palabras de Cortázar dan cuenta de un encuentro imaginario: una inesperada causalidad.

La otra pieza de Römer se halla en la pared que da hacia los baños, haciendo esquina con la pared falsa, así ambas imágenes pueden verse simultáneamente. Lo que se nos muestra aquí es la sustancialidad de la letra, de nuevo el momento de su formación, de su aparición como metáfora, como análogo. La letra, tan común como el agua, pero también tan vital como ella, y la otra letra, una gota de esa agua de la que todos bebemos: la escritura de la imago.

De la misma manera percibimos cómo la letra se empoza, se acumula, corre, se hace germen del texto. Este sentido de acumulación –esta sustancialidad– se vierte en la imagen de una escritura que es igualmente información y que tiende a concentrarse, o también a originarse en un mismo punto y luego a expandirse, a dispersarse. Este punto es un lugar imantado, un ámbito hacia el que todo se dirige y del que todo brota: aparece entonces el vacío curatorial, el hueco, al mismo tiempo todo y nada, un aleph, pero que además genera un territorio, una Babel:

Esta imagen estaría en el centro del espacio de la biblioteca; resulta entonces una imagen medular, pues también la biblioteca se concibe desde la idea de la acumulación, sobre todo de la acumulación de la escritura y del documento. Se trata de una obra un poco análoga a la idea de la biblioteca, una obra hacia la que todo converge o de la que todo sale (incluso el sentido mismo del relato curatorial). Por ello la situaremos en una mesa central de la sala de lectura pero rodeada de textos, de palabras, de escritos fragmentarios que aludan al proceso de generación de nuestro propio discurso museológico.



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La primera se ubica en la columna más próxima a la entrada, la columna que está frente a un largo mesón que continúa luego de los archivos (en este mesón, y a través de un dispositivo museográfico especial, se colocarían los impresos referentes a la experiencia expositiva). Se trata de una pieza muy sencilla, una letra, una T. En ella no existe ningún ocultamiento, lo que existe es la revelación de la letra como imagen, independiente de su asociación a otras letras, independiente de la palabra; ella misma imagen, escritura, cuerpo.

Al frente encontraríamos la proposición visual de Claudio Perna. Un hombre en un espacio, un espacio sólo posible por la escritura, por la palabra como límite (límite que es al mismo tiempo, cerco y libertad) y también una relación entre hombre y mundo sólo posible por la palabra. Pero este hombre, que está en el centro de la composición, parece estar subiendo los brazos, y éstos quedan casi en paralelo con el piso, con lo que sugiere la figura de una T. Una imagen frente a otra establece mucho mejor la analogía, y así el cuerpo se convierte en letra y la letra en cuerpo, en sustancia.

Con la proposición visual de Perna contemplamos de manera más evidente la relación entre la palabra y el espacio. Allí la escritura es borde del cuerpo, pues es línea y palabra, dibujo y grafía, casi como si fuera una extensión de este alfabeto hecho de cuerpos:

Esta imagen se ubica en la pared que está entre los baños y los cubículos de estudio, teniendo proximidad visual con la obra de Perna y con las de Margot Römer. Aquí la superposición entre el cuerpo y la letra se hace evidente. Cada postura una letra, cada letra un cuerpo. Entonces la letra cobra vida, adquiere un sentido propio, sugiere movimiento, devenir, sugiere escritura. Asimismo, este alfabeto resulta un ámbito en el que nos reconocemos: en la letra está nuestro cuerpo.

Pero entre la corporeidad y el espacio, entre la palabra como límite y como ámbito, aparece ahora otra imagen:

Una lectora está rodeada de palabras, en un espacio configurado por la escritura (tal como ocurre en la pieza de Perna). La palabra es el límite, es el espacio. Y en este espacio está la lectora, alguien que pertenece al mundo de la palabra o que quiere pertenecer a él. La escritura se convierte en su casa, en su intimidad. Ella convive al mismo tiempo con la corporeidad de su libro y con su propia corporeidad, y en el medio está la escritura como lazo. Entonces el cuerpo del libro y el suyo propio se asemejan, crean una semejanza y una cercanía. La escritura está habitada por ella y viceversa: el texto habita a la lectora y la lectora al texto.

Esta pieza, pequeñita, que requiere mucha atención, mucha intimidad, estaría situada en una de las mesas de la sala de lectura cercanas a los baños y a los cubículos de lectura. En ese espacio puede generarse una relación también visual con la obra de Perna y con el alfabeto corporal de Calzadilla. Pero también la ubicamos allí porque queremos establecer un nexo con la última pieza seleccionada:

Esta cajita que es al mismo tiempo libro y casa, borde y habitación, sugiere nuestro vínculo con el espacio a través de la palabra. Llegar a esta obra significa también haber recorrido el ámbito de la biblioteca, haberlo habitado (aunque sea transitoriamente) y haber establecido una relación con el cuerpo de la letra y con el cuerpo de la escritura. De manera que este libro se ubicaría próximo a los cubículos de lectura y también cercano a ese otro espacio de la sala rodeado de vidrios que tanto se parece a una caja.

Conseguimos un análogo, un lugar que busca su habitante y que igualmente está cercado por palabras. La intimidad de este espacio se crea por la posibilidad de imaginar con el lenguaje, y el espacio de las palabras es también el espacio que genera en nosotros su imagen.

Para establecer una mayor intimidad con esta pieza habría que manipularla y jugar con ella, dejarla que sus palabras puedan generar el espacio que convocan. Se hará entonces, además de una edición facsimilar, un pequeño video que registre la manipulación de la caja. Este video se proyectaría en la columna que divide el área de los cubículos y área de la sala de lectura rodeada de vidrios.

Entonces tenemos un recorrido de imágenes que hablan al visitante, que sugieren la metamorfosis del garabato en forma, luego en letra, de la letra al cuerpo, del cuerpo al signo que se refleja en el cuerpo y del cuerpo en el signo. Tenemos un espacio-libro que habitar y una babel que nos abisma cuando nos asomamos a las profundidades del punto, del centro, de la espiral. Pero también percibimos un susurro que nos sugiere contemplación, experiencia reflexiva… un susurro que es ritmo y melodía pulsante en la intimidad de nuestro recorrido. Se trata de más palabras que se desdibujan cuando comenzamos a leerlas, y son formas, dibujos, imágenes, todas murmurando alrededor del recorrido. Son palabras-imágenes (caligramas, poemas visuales, alfabetos bestiarios) que recrean esa interferencia un tanto confusa del murmullo, un cuchicheo que alimenta el carácter lúdico de nuestra experiencia, conjurando además la posibilidad de trastocar el orden de nuestros pensamientos abriendo el espacio para el encuentro imaginario e inesperado de la imagen y la letra. Este murmullo rodea al discurso museográfico, es su delicado borde, su sutil límite.

Otro elemento (otra imagen) importante será un impreso que servirá de metarrelato. Éste formará parte de la museografía de sala. Un hombrecillo hecho de palabras estará ubicado en el mesón largo que está al lado de los ficheros, apareciendo como un inesperado guiño al visitante. Será el vigilante de nuestras publicaciones, el cuidador de sala y también el repartidor del cuerpo escrito, de nuestro impreso (reminiscencia) desplegable. Así nuestra publicación, en tanto dispositivo museográfico, se convierte en un afiche-sala, en un espacio-afiche conteniendo y expandiendo las intuiciones sensibles de La escritura de lo visible en los visitantes de la biblioteca.

¿Y el título de la experiencia? ¿Cómo se referirá el visitante a este experimento hecho de letras-imágenes?

Dado que las obras no estarán fichadas, pues hemos postergado el carácter documental de la museografía, tampoco la muestra se presentará al espectador con nombre y apellido. Simplemente sugeriremos la presencia de un signo que nos identifica, un sello a manera de firma que sólo se insinuará secretamente en algunos espacios de la biblioteca. Será un punto hecho de tipografía, un punto que en sí mismo contiene el nombre del proyecto Otra Babel (el proyecto museológico dentro del cual se enmarca La escritura de lo visible).

Apenas este punto o sello aparecerá rotulado en espacios muy precisos de la sala y luego reaparecerá en el afiche impreso dándole circularidad a la experiencia expositiva: movimiento circular, espacio, imagen, tiempo y melodía en la que los límites que separan a las terrenales palabras de las acuáticas imágenes quedan desdibujados instantáneamente.