sábado, 23 de agosto de 2008

Relato curatorial

Una biblioteca nos traslada inmediatamente al espacio de la palabra, por lo tanto, al ámbito de la letra y de la escritura. Y al hablar de la palabra y de lo que ella sugiere hablamos también de su imagen, pues todo signo tiene una materialidad, un espacio, una corporeidad; hacia esa corporeidad queremos apuntar, pues nuestro relato se construye con imágenes que dialogan con la plasticidad de la letra y de la escritura.

Y la escritura es materialidad, se dirige a los sentidos, a lo sensible en nosotros. Pero esa sensorialidad y esa sensualidad es ritmo, es visión y volumen que, al mismo tiempo que dice algo, también sugiere lo que no puede decirse. Estamos en el ámbito de la imago, de la visualidad, de lo corporal y de lo que hay de esto en la escritura. Pretendemos generar una experiencia con la imagen, pero con la imagen de lo que contiene una biblioteca: letras, palabras, libros, textos (es más, ¿no es también texto nuestro discurso curatorial, o incluso cualquier pretensión de orden en el espacio?) Nuestra propuesta se inicia con estas intuiciones, pero también con los registros de algunas experiencias editoriales y museográficas que nos precedieron.

De esta manera nuestro relato comienza en el estante o vitrina de la entrada de la biblioteca; en ese pequeño mostrador intocable estaría lo que nos queda de la propuesta Cal, las publicaciones de Escritura. Territorio de las artes, de El bello libro y los vestigios de TIPEX’ 07 (puro texto, puro discurso). Estarían allí también otras publicaciones que versen sobre el problema de la letra y de la escritura en el espacio, es decir, de la escritura como imagen (imagen por lo que tiene de reproducible) y también de la pregunta por la relación entre palabras, letras e imágenes. Esta entrada se convierte entonces en un presentimiento de nuestra experiencia. Pero es un presentimiento hecho de vestigios, de registros publicados que quedan un poco nebulosos, un tanto ajenos a nuestro presente, percibidos sólo como intuición y lejanía.

Casi de inmediato, en la columna del fondo (si miramos desde la entrada, luego de haber pasado la recepción) nos encontramos con una primera imagen de la escritura:


Aquí no es posible perderse, la imagen nos invita a leer… a leer y no a entender, por tanto, a ver la escritura, a percibirla como ritmo, como corporeidad y como devenir. El garabato se posa sobre las líneas y abarca todo el espacio. El garabato y todavía no la letra, como si éste fuera su antecesor. La obra está repleta de líneas. Entonces la escritura se convierte en un intento de escritura, como si algo que es urgente decir no pudiera decirse todavía y continuamente se estuviera intentando, una y otra vez, hasta perderse.

La escritura se percibe difícil, problemática, no consiste tan sólo en comunicar, en decir algo, sino también en lo que ella oculta, en lo que es impronunciable. El texto se hace textura, se hace tejido, trama, y si nos acercamos un poco puede que encontremos una nueva imagen:



Se trata igualmente de una continuidad de signos opacos por incomprensibles, líneas que se traman entre líneas y que nos muestra más de cerca esa ondulación que tanto se nos parece a la abundancia y al orden de las letras.

En esta pieza la lectura es igualmente problemática, angustiosa. Su dificultad reside su el enmarañamiento, en la superposición e incluso en que ese enmarañamiento de la línea o de las líneas se suscriba a un espacio aún más limitado que en la imagen anterior. Esta vez el garabato se encuentra con el cerco de dos líneas entre las que se suscribe, creando una mayor sensación de estrechez y de dificultad. En este caso vemos cómo se puede establecer también el vínculo formal con el espacio en el que se realizan los ejercicios rigurosos de la caligrafía. Pero además estas líneas parecen hablarnos de la ingenuidad de ese rigor, pues están hechas a pulso, bajo cierta espontaneidad, bajo cierta falta de dominio, más bien como intento de rigor que como rigor –el rigor estaría en la ingenuidad de su intento. La escritura aquí es necesidad de decir algo, aunque ello no pueda decirse… entonces la escritura es de nuevo un intento por decir, un decir que está lleno de límites, que está cercado y que no deja de partir de la ingenuidad, o más bien de la autenticidad del impulso de querer decir.

Esta pieza guarda una estrecha relación con la primera imagen, son muy similares formalmente y ambas están realizadas por el mismo autor. De manera que también en el espacio de la biblioteca deben tener proximidad.

Muy cerca de estas imágenes se ubica este alfabeto que otra vez nos remite a la visualidad del texto:


La palidez de esta página nos muestra de nuevo a una escritura previa a la escritura porque contiene ya su germen, su imagen, de donde manan también ciertas letras o insinuaciones de letras que resaltan ante nosotros como apariciones. Se trata de una escritura vista de lejos (tal como ocurre con las obras de Calzadilla) como si la viéramos sin querer entender lo que contiene (precisamente porque el significado se nos niega, porque es puro significante); y lo que contiene es justamente la forma y el orden de la escritura, que además podemos identificar en la presencia incipiente del alfabeto.

En este caso la lectura se hace en apariencia menos problemática; observamos la continuidad de unas líneas (más o menos rectas) trazadas a pulso y en las que podemos ver, ya no el garabato, sino la letra o una pretensión clara de ella. Esta imagen es mucho más limpia. En ella hay más espacio. Lo que identificamos como escritura termina antes que la página. No parece referirse a la ansiedad que previamente veíamos en las primeras imágenes, sino que quisiera llevarnos al momento en el que la letra se hizo cuerpo y se levantó de la línea.

El vínculo con las piezas anteriores es evidente, pasa también por la forma, por lo que ésta nos sugiere. Se trata de una escritura hecha en una página en la que sólo interesa la aparición de la letra, del alfabeto, en la que sólo interesa su propia imagen. En este sentido, la obra debe estar próxima a las otras dos, y podría ubicarse en una mesa cercana a aquellas.

Estas tres piezas crean el ámbito de la escritura (sus límites, lo que la enmarca y le da sentido), su relación con lo que oculta, su dificultad… una dificultad que parece disminuir con la aparición de la letra, del alfabeto. Pero si luego acercamos las siguientes imágenes de Margot Römer, aparece una extensión de la imagen de la escritura, una metáfora perfecta:




La primera de estas imágenes se ubica en la pared falsa que está en la sala de lectura, frente al área de archivos. Aquí se muestra de nuevo el ocultamiento, la idea del velo que está sobre lo escrito; detrás de ese velo se halla la palabra, la letra, como si estuviera oculta y se buscara su presencia –una presencia que resulta análoga a lo que se hace visible y a la capacidad de mirar.

Lo mismo ocurre con un texto de Julio Cortázar que pretendemos colocar encima de una de estas piezas, logrando una sutil yuxtaposición. El vínculo entre el texto y la imagen es directo, por ello el texto no podría situarse a un lado de la pieza sino leerse de manera simultánea, paralelamente, no como complemento sino casi como parte de ella. Dice Cortázar:

Escribir, para mí, es hacer el esfuerzo de soñar, una tentativa de romper barreras y sucede que a veces, escribiendo, algunas ventanas se abren… es como si en una pared totalmente cubierta me abrieran de pronto una ventana instantánea, un ojo que parpadeara y que vuelve a cerrarse: veo la ventana, la veo durante una mínima fracción de tiempo pero no alcanzo a distinguir lo que esa ventana descubre más allá; en el mismo momento en que se me revela la ventana, el instante privilegiado cesa, el ojo se cierra, la superficie de ladrillos recobra su negativa, todo recae en la normalidad hasta el próximo aletazo, días o semanas después, siempre precario y siempre decepcionante.

Y de pronto, la “palabra dicha” (hecha texto y lenguaje) dialoga ambiguamente con la “palabra dibujada” (hecha visualidad). ¿Cómo sería esto? ¿Cómo se vería?

Hagamos el experimento:

¿Lo vemos? ¿Qué nos ha quedado sino la experiencia del eslabón que desdibuja las fronteras entre el texto y la imagen visual?

Esta coincidencia entre la obra de Römer y las palabras de Cortázar dan cuenta de un encuentro imaginario: una inesperada causalidad.

La otra pieza de Römer se halla en la pared que da hacia los baños, haciendo esquina con la pared falsa, así ambas imágenes pueden verse simultáneamente. Lo que se nos muestra aquí es la sustancialidad de la letra, de nuevo el momento de su formación, de su aparición como metáfora, como análogo. La letra, tan común como el agua, pero también tan vital como ella, y la otra letra, una gota de esa agua de la que todos bebemos: la escritura de la imago.

De la misma manera percibimos cómo la letra se empoza, se acumula, corre, se hace germen del texto. Este sentido de acumulación –esta sustancialidad– se vierte en la imagen de una escritura que es igualmente información y que tiende a concentrarse, o también a originarse en un mismo punto y luego a expandirse, a dispersarse. Este punto es un lugar imantado, un ámbito hacia el que todo se dirige y del que todo brota: aparece entonces el vacío curatorial, el hueco, al mismo tiempo todo y nada, un aleph, pero que además genera un territorio, una Babel:

Esta imagen estaría en el centro del espacio de la biblioteca; resulta entonces una imagen medular, pues también la biblioteca se concibe desde la idea de la acumulación, sobre todo de la acumulación de la escritura y del documento. Se trata de una obra un poco análoga a la idea de la biblioteca, una obra hacia la que todo converge o de la que todo sale (incluso el sentido mismo del relato curatorial). Por ello la situaremos en una mesa central de la sala de lectura pero rodeada de textos, de palabras, de escritos fragmentarios que aludan al proceso de generación de nuestro propio discurso museológico.



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La primera se ubica en la columna más próxima a la entrada, la columna que está frente a un largo mesón que continúa luego de los archivos (en este mesón, y a través de un dispositivo museográfico especial, se colocarían los impresos referentes a la experiencia expositiva). Se trata de una pieza muy sencilla, una letra, una T. En ella no existe ningún ocultamiento, lo que existe es la revelación de la letra como imagen, independiente de su asociación a otras letras, independiente de la palabra; ella misma imagen, escritura, cuerpo.

Al frente encontraríamos la proposición visual de Claudio Perna. Un hombre en un espacio, un espacio sólo posible por la escritura, por la palabra como límite (límite que es al mismo tiempo, cerco y libertad) y también una relación entre hombre y mundo sólo posible por la palabra. Pero este hombre, que está en el centro de la composición, parece estar subiendo los brazos, y éstos quedan casi en paralelo con el piso, con lo que sugiere la figura de una T. Una imagen frente a otra establece mucho mejor la analogía, y así el cuerpo se convierte en letra y la letra en cuerpo, en sustancia.

Con la proposición visual de Perna contemplamos de manera más evidente la relación entre la palabra y el espacio. Allí la escritura es borde del cuerpo, pues es línea y palabra, dibujo y grafía, casi como si fuera una extensión de este alfabeto hecho de cuerpos:

Esta imagen se ubica en la pared que está entre los baños y los cubículos de estudio, teniendo proximidad visual con la obra de Perna y con las de Margot Römer. Aquí la superposición entre el cuerpo y la letra se hace evidente. Cada postura una letra, cada letra un cuerpo. Entonces la letra cobra vida, adquiere un sentido propio, sugiere movimiento, devenir, sugiere escritura. Asimismo, este alfabeto resulta un ámbito en el que nos reconocemos: en la letra está nuestro cuerpo.

Pero entre la corporeidad y el espacio, entre la palabra como límite y como ámbito, aparece ahora otra imagen:

Una lectora está rodeada de palabras, en un espacio configurado por la escritura (tal como ocurre en la pieza de Perna). La palabra es el límite, es el espacio. Y en este espacio está la lectora, alguien que pertenece al mundo de la palabra o que quiere pertenecer a él. La escritura se convierte en su casa, en su intimidad. Ella convive al mismo tiempo con la corporeidad de su libro y con su propia corporeidad, y en el medio está la escritura como lazo. Entonces el cuerpo del libro y el suyo propio se asemejan, crean una semejanza y una cercanía. La escritura está habitada por ella y viceversa: el texto habita a la lectora y la lectora al texto.

Esta pieza, pequeñita, que requiere mucha atención, mucha intimidad, estaría situada en una de las mesas de la sala de lectura cercanas a los baños y a los cubículos de lectura. En ese espacio puede generarse una relación también visual con la obra de Perna y con el alfabeto corporal de Calzadilla. Pero también la ubicamos allí porque queremos establecer un nexo con la última pieza seleccionada:

Esta cajita que es al mismo tiempo libro y casa, borde y habitación, sugiere nuestro vínculo con el espacio a través de la palabra. Llegar a esta obra significa también haber recorrido el ámbito de la biblioteca, haberlo habitado (aunque sea transitoriamente) y haber establecido una relación con el cuerpo de la letra y con el cuerpo de la escritura. De manera que este libro se ubicaría próximo a los cubículos de lectura y también cercano a ese otro espacio de la sala rodeado de vidrios que tanto se parece a una caja.

Conseguimos un análogo, un lugar que busca su habitante y que igualmente está cercado por palabras. La intimidad de este espacio se crea por la posibilidad de imaginar con el lenguaje, y el espacio de las palabras es también el espacio que genera en nosotros su imagen.

Para establecer una mayor intimidad con esta pieza habría que manipularla y jugar con ella, dejarla que sus palabras puedan generar el espacio que convocan. Se hará entonces, además de una edición facsimilar, un pequeño video que registre la manipulación de la caja. Este video se proyectaría en la columna que divide el área de los cubículos y área de la sala de lectura rodeada de vidrios.

Entonces tenemos un recorrido de imágenes que hablan al visitante, que sugieren la metamorfosis del garabato en forma, luego en letra, de la letra al cuerpo, del cuerpo al signo que se refleja en el cuerpo y del cuerpo en el signo. Tenemos un espacio-libro que habitar y una babel que nos abisma cuando nos asomamos a las profundidades del punto, del centro, de la espiral. Pero también percibimos un susurro que nos sugiere contemplación, experiencia reflexiva… un susurro que es ritmo y melodía pulsante en la intimidad de nuestro recorrido. Se trata de más palabras que se desdibujan cuando comenzamos a leerlas, y son formas, dibujos, imágenes, todas murmurando alrededor del recorrido. Son palabras-imágenes (caligramas, poemas visuales, alfabetos bestiarios) que recrean esa interferencia un tanto confusa del murmullo, un cuchicheo que alimenta el carácter lúdico de nuestra experiencia, conjurando además la posibilidad de trastocar el orden de nuestros pensamientos abriendo el espacio para el encuentro imaginario e inesperado de la imagen y la letra. Este murmullo rodea al discurso museográfico, es su delicado borde, su sutil límite.

Otro elemento (otra imagen) importante será un impreso que servirá de metarrelato. Éste formará parte de la museografía de sala. Un hombrecillo hecho de palabras estará ubicado en el mesón largo que está al lado de los ficheros, apareciendo como un inesperado guiño al visitante. Será el vigilante de nuestras publicaciones, el cuidador de sala y también el repartidor del cuerpo escrito, de nuestro impreso (reminiscencia) desplegable. Así nuestra publicación, en tanto dispositivo museográfico, se convierte en un afiche-sala, en un espacio-afiche conteniendo y expandiendo las intuiciones sensibles de La escritura de lo visible en los visitantes de la biblioteca.

¿Y el título de la experiencia? ¿Cómo se referirá el visitante a este experimento hecho de letras-imágenes?

Dado que las obras no estarán fichadas, pues hemos postergado el carácter documental de la museografía, tampoco la muestra se presentará al espectador con nombre y apellido. Simplemente sugeriremos la presencia de un signo que nos identifica, un sello a manera de firma que sólo se insinuará secretamente en algunos espacios de la biblioteca. Será un punto hecho de tipografía, un punto que en sí mismo contiene el nombre del proyecto Otra Babel (el proyecto museológico dentro del cual se enmarca La escritura de lo visible).

Apenas este punto o sello aparecerá rotulado en espacios muy precisos de la sala y luego reaparecerá en el afiche impreso dándole circularidad a la experiencia expositiva: movimiento circular, espacio, imagen, tiempo y melodía en la que los límites que separan a las terrenales palabras de las acuáticas imágenes quedan desdibujados instantáneamente.