sábado, 10 de mayo de 2008

Comentarios iniciales/El signo y su hipertelia: cuerpo de la imagen-libro

El espacio del asombro puede ser un libro. Y aunque en una biblioteca hay libros de sobra, ninguno suele ser la biblioteca misma.

Cada libro es un contenedor, un espacio recorrido y por recorrer. La letra, configuradora de imágenes fonéticas, es la moradora de ese espacio. Cada curva de cada letra, cada punto de cada curva (peso de la tinta sobre el entramado del papel; peso de la tinta entre los surcos del infinito) es un cuerpo en el espacio. Vibra la tinta antes de fijarse en las hendiduras sin fondo de la trama del papel. Luego aparecen las palabras con sus significados, pero ya hemos visto el semen de las letras vueltas logos espermatikos.

Antes de ser significado, la palabra con sus letras es signo. Antes de ser lenguaje, la palabra es señal. (“El signo penetra en la escritura, rehusando siempre su mortandad, pues signo es siempre señal”, dice Lezama).

El signo no es la expresión del lenguaje; tampoco es el vehículo de su representación u objetivación. Ambos, signo y lengua, están entronizados en el reino de la imagen. Por eso los dos pueden ser el ámbito de lo poético, de lo artizable, pues hay entre ellos como la apertura de un espacio visible que muestra el camino hacia la imagen. Pero como nadie puede andar ese camino, el signo y el lenguaje elaboran grietas llenas de un polvillo que se imprime, que se vuelca como tinta sobre un papel imantado y se muestra como rasgadura, hendidura, runa, jeroglífico flotante, ideograma, dibujo, letra.

En la lingüística clásica, la de Saussure, la letra no es un espacio sino un momento aislado, una efigie sin rumbo propio. Su destino está prefigurado en su utilidad. Por ello para el lingüista el sentido de la letra está en la convención permutativa de las letras del alfabeto. ¿Y qué representará el alfabeto para Saussure?, ¿acaso una galería de formas estáticas, sin thelos propio, que delimitan las posibilidades de la permutación?

Veamos un ejemplo: en el alfabeto permutativo la existencia de la “M” está condicionada por sus distintas posibilidades de unión con otras letras, con la “O”, la “N”, la “T”, la “A” y la “Ñ”. Así la palabra “MONTAÑA” aparece ante nosotros con su particular y arbitraria relación entre su significante (imagen fonética) y su significado (concepto).

Pero hay más: la “M” puede también ser escrita, pude tornarse ella misma en la palabra “EME”. Entonces la letra toca los límites de su utilidad mostrándonos su sepulcro tautológico. El significado de “EME” es la letra “M” que se escribe y suena “E-EME-E”.

En castellano no podemos convertir en palabra casi ninguna letra sin el empleo de su propio significado. Por ello para nosotros el alfabeto es una acumulación de imágenes silenciadas y encerradas en el laberinto sin misterio de su tautología. Por ello también es que los lingüistas clásicos no ven señales en las letras.

Las señales son siempre hipertélicas, es decir, van más allá de su propia finalidad.

Lezama nos dice que el signo es señal, impulsión, neuma, reminiscencia, “el recuerdo del árbol anterior [¿el de la extensión?] y la incorporación furiosa, devoradora de un nuevo cuerpo”.

En el signo hay siempre como la impulsión que lo agita y el desciframiento consecuente.

En el signo hay siempre un neuma que lo impulsa y un desciframiento, en la sentencia, que lo resume.

En el signo queda siempre el conjuro del gesto.

Y el espacio del signo (que es asombro, causalidad inesperada), el espacio de la reminiscencia, de la impulsión y del neuma puede ser, como dije antes, un libro. Pero no un libro para el anaquel del bibliotecario, sino uno que sea él mismo la biblioteca. Un libro-espacio e imagen-del-espacio. Un espacio libro cuyo tema y cuya sustancia sea el libro y el espacio del libro. Esto sería algo así como si la biblioteca, máquina de la acumulación y del registro, se concentrara en un solo cuerpo (parecido al cuerpo de las cosas que acumula) y se convirtiera en el propio objeto de su existencia: un libro… un libro signo; un libro letra y espíritu de la letra; un libro signo contenedor de signos; un libro espacio del libro; un libro que sea el cuerpo de una señal, que anuncie el ámbito palpable del signo, de la letra vuelta imagen-libro y espacio acumulador de libros.

De aquí no surgiría una tautología sino una hipertelia.

José Luis Omaña