sábado, 10 de mayo de 2008

Comentarios iniciales/Notas sueltas para un pensamiento curatorial

Todo ejercicio curatorial debería ser una ocasión para pensar la curaduría. Toda curaduría debería elaborar una crítica de la curaduría.

¿Cómo ejercer la curaduría sin pensar en los vacíos que la acechan, como los que suelen abrirse entre los presupuestos curatoriales y las grafías del espacio museal?

¿Y qué ocurriría si, en lugar de empezar la curaduría por las imágenes y los objetos a exponer, comenzáramos pensando a la vez el espacio de las imágenes (su morada) y el cuerpo de las imágenes, es decir, si iniciáramos cada ejercicio curatorial considerando la poiesis del espacio y su particular grafía? ¿Esto no nos llevaría a pensar con más cuidado el corpus expositivo?

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Hacer del espacio expositivo un conjuro, una invocación. Invocar la posibilidad y el asombro. Invitar al esperado ausente que sólo llega cuando menos lo esperamos.

No hacer del espacio un ámbito expositivo sino una estancia para la invocación de una respuesta no esperada.

No hacer una exposición de imágenes y objetos. Hacer un espacio-imagen que aceche la posibilidad de una respuesta de sobresalto, de asombro… una respuesta evocadora de una nueva causalidad de nexos incondicionados. Una cogitanda.

No hacer una exposición sino una cantidad extensiva, una estancia para la cogitanda.

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Por un lado, la causalidad visible, la de nexos condicionantes. Por el otro, la causalidad de sobresalto, oscura, invisible, de variantes inconexas e incondicionadas y cuyo único condicionante es una respuesta (fatal). Allí, en la respuesta, surge la posibilidad (poiesis) de la concurrencia entre la causalidad y lo incondicionado.

Esta concurrencia, según nos dice Lezama Lima, “crea un devenir espacial, que al volcarse sobre el hombre deviene el mayor posible conocido (…) el centro de la causalidad más misteriosa”. ¿Y no es este “devenir espacial” el que necesitamos para generar la invocación y su respuesta en forma de grafía museal?

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Dice Lezama:

Esa concurrencia –causalidad que deja de ser saturniana, incondicionado hipostasiado– que ofrece la poesía, es hasta ahora el mayor homúnculo, el doble más misterioso creado por el hombre. Crea un devenir espacial, que al volcarse sobre el hombre, deviene el mayor posible conocido. Hace de ese espacio, por la poesía, el incondicionado más propicio a la contracción de su masa y expresión; crea el centro de la causalidad más misteriosa, visible mágico o cinegética de devorador final, pues en la poesía el hombre es el único para el cual parece creado ese espacio incondicionado, que al actuar la causalidad mágica del hombre sobre el espacio incondicionado, hace de este último un condicionante muy poderoso. Pero lo más fascinante es que ese encuentro, esa batalla casi soterrada, ofrece un signo, un registro, un testimonio, una carta, donde el hombre causalidad, me reitero para ofrecer más precisión, penetra en el espacio incondicionado, por el cual adquiere un condicionante, un potens, un posible, del cual queda como la ceniza, el vestigio, el recuerdo, en el signo del poema. Lo maravilloso de la poesía está en que ese combate entre la causalidad y lo incondicionado se puede ofrecer y transmitir como el fuego".

¿Sería nuestra grafía museal ese signo, ese registro o testimonio “donde la causalidad [¿el hombre?] penetra en el espacio incondicionado por el cual adquiere un condicionante? ¿O sería más bien la ceniza que queda, “el vestigio, el recuerdo en el signo de lo poético”? ¿Nuestros objetos y nuestras imágenes tendrían que habitar el centro de aquella batalla (soterrada) entre la causaliad y lo incondicionado?

Y si nuestros objetos e imágenes tienen como centro de irradiación a la letra, y, en última instancia, a la imago (o a esa dimensión en que la grafía es a la vez letra e imagen visual), ¿cuál es el espacio que requerimos?, ¿acaso será una suerte de espacio-letra-imago? (¿Alguien ha leído la Poética del espacio, de Bachelard?).

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Especulación espacial (hacia el analogón museal):

En un ala del espacio decidimos fijar una sucesión visible y causal de objetos y de imágenes. Al lado de De la letra al signo, de Juan Calzadilla, colocamos un óleo de Nedo que es una suerte de impronta sígnica, sin significado ni significante. Luego, en correcta sucesión, mostramos Signum de Gerd Leufert. Así configuramos una cadena causal casi perfecta. Las imágenes se suceden en un orden condicionante: una conduce inexorablemente a la otra.



Pero, además, esa sucesión de imágenes puede estar dispuesta de manera tal que parezca una continuación (también causal) del espacio que la aloje. Y de pronto, y como invitando a dar una pequeña batalla, decidimos fijar ante las analogías causales un nuevo analogón: una excepción, una imagen o un objeto no esperado. Por ejemplo: Percepción del espacio acústico, de Claudio Perna.


O Poemóbiles, de Agusto de Campos y Julio Plaza


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¿Se generaría entonces el sobresalto, la sorpresa? ¿Lograríamos la invocación? ¿Aparecería el inesperado? ¿Crearíamos el espacio de la poiesis?

José Luis Omaña